La honestidad, valor fundamental…

Analizar cuán honestos somos con nosotros mismos y con los demás no es tarea fácil. Constantemente estamos «actuando», poniéndonos diferentes máscaras ante diferentes situaciones y en todo ese juego vamos perdiendo «honestidad», «originalidad», «naturalidad». Terminamos siendo lo que los otros quieren que seamos para «agradar» o para recibir algún tipo de «reconocimiento». Ser buen padre, buen hijo/a, buen profesional, buena persona: ser bueno en todos los roles es el objetivo. Pero ¿cuán real es esta bondad? ¿cuán honesta es?

Más naturalidad y menos temores – Por Andrea Linardi

Vivimos pidiendo, pero simultáneamente temiendo, un cambio. Despotricamos contra nuestra realidad, pero a la hora de poner manos a la obra, sentimos que salir del terreno conocido es altamente incómodo. ¿A qué cambio nos referimos entonces cuando hablamos de un cambio que nos atemoriza? Porque pareciera que la modificación de algo propio siempre es indeseada, y por añadidura, de consecuencias imprevisibles…

«Dime de qué te quejas y te diré qué cambiar»

Muchas veces nos encontramos quejándonos de las actitudes de los demás, de las cosas que creemos que «no deberían hacer», «que no deberían creer» y hasta «que no deberían pensar»… Nos encontramos quejándonos del país, de su economía, de su política, de su cultura… Nos quejamos de las apariencias, de los malos modales y de todo aquello que no encaja en nuestro sistema de creencias de cómo deberían ser o no las personas y la vida. ¡Qué rápido caemos en la queja! ¿Si nos cobrarán por cada queja que tenemos, nos quejaríamos tanto?

Grandes Mitos: «Las personas no cambian»

Solemos escuchar a la gente decir que «las personas no cambian», pero ¿es ésto cierto? o sería mejor preguntarnos lo siguiente antes de hacer semejante declaración: ¿las personas no cambian o no están dispuestas a cambiar?

Llamame ingenuo – Por Joan Antoni Melé

¿Alguna vez te han llamado ingenuo? Tengo que reconocer que, tras años hablando de “dinero y conciencia” o de “banca ética”, a mí cada vez me llaman así menos personas, lo que quizá sea una buena señal. Pero no deja de ser una palabra que escucho de tanto en tanto y a la que, a fuerza de oír, ya le he cogido un cierto cariño.